domingo, abril 17, 2005

Antonio gamoneda (II)

Leímos algunos fragmentos de Arden las pérdidas. Después de buscar sin éxito una antología completa de Gamoneda, di con la recopilación Esta luz, de Galaxia Gutenberg, que recoge los libros escritos por el poeta entre 1947 y 2004.

Me hubiera gustado leerle hace muchos años, cuando me preguntaba por el sentido de la vida, cuando me desvelaba pensar en la muerte como la extinción absoluta del ser. Busqué la respuesta en los existencialistas, pero no sé si ellos no la tenían o yo no supe verla; tal vez no era el momento. Encontrar a Gamoneda fue como encontrar por fin mi lugar desde el que podía asimilar mi visión de la no trascendencia. Habrá muchas lecturas; es probable incluso que la del autor no coincida con la mía. Para mí es un encuentro valiente del poeta con la muerte, que se para a dialogar con ella y su angustia cuando siente que ha llegado la vejez (no la última hora, pero sí el momento de mirar atrás y preguntarse qué vendrá, de preguntarse si está preparado, la necesidad de elaborar sus sentimientos hacia lo que llegará). Recojo unas líneas de la última parte, Claridad sin descanso. La numeración de los fragmentos es mía.

(I)

Mi pensamiento es anterior a la eternidad pero no hay eternidad. He gastado mi juventud ante una tumba vacía, me he extenuado en preguntas que aún percuten en mí como un caballo que galopase tristemente en la memoria.

Aún giro dentro de mí mismo aunque sé que voy a caer en el frío de mi propio corazón. Así es la vejez: claridad sin descanso.


(II)

Así las cosas, ¿de qué perdida claridad venimos? ¿Quién puede recordar la inexistencia? Podría ser más dulce regresar, pero

entramos indecisos en un bosque de espinos. No hay nada más allá de la última profecía. Hemos soñado que un dios lamía nuestras manos: nadie verá su máscara divina.

Así las cosas,

la locura es perfecta.

(III)

Qué

estupidez tener miedo al borde de la falsedad y qué cansancio

abandonar la inexistencia y

morir después todos los días.



(IV) El último poema del libro:

Siento el crepúsculo en mis manos. Llega a través del laurel enfermo. Yo no quiero pensar ni ser amado ni ser feliz ni recordar.

Sólo quiero sentir esta luz en mis manos

y desconocer todos los rostros y que las canciones dejen de pesar en mi corazón

y que los pájaros pasen ante mis ojos y yo no advierta que se han ido.


Hay

grietas y sombras en paredes blancas y pronto habrá más grietas y más sombras y finalmente no habrá paredes blancas.

Es la vejez. Fluye en mis venas como agua atravesada por gemidos. Van

a cesar todas las preguntas. Un sol tardío pesa en mis manos inmóviles y a mi quietud vienen a la vez suavemente, como una sola sustancia, el pensamiento y su desaparición.

Es la agonía y la serenidad
.

Quizá soy transparente y ya estoy solo sin saberlo. En cualquier caso, ya

la única sabiduría es el olvido.



© Antonio Gamoneda, 2004

2 comentarios:

GVG dijo...

es curioso Lidia tantas coincidencias, al círculo de lectores, del que cada día quiero borrarme para visitar a mi aire las librerias, le he pedido justo este libro, porque leí hace mucho algún poema y quería tener la obra de Gamoneda.

El que escribe el epílogo, Miguel Casado, es uno de los del grupo de Garzo, también viene mucho por Valladolid donde tiene a la familia, Esperanza Ortega es poetisa publicada y su mujer. El tiene un pasado político de revolucionario y ateo quema iglesias, pero por lo visto todo evoluciona si hay suficiente humanismo ilustrado.
Buen libro, haber cuando me lo traen.

El paso del ciempiés dijo...

Me acordé de Gamoneda cuando leí en uno de tus mails la referencia a Miguel Casado. Tengo un enlace a la página de poesía "a media voz". Recogen un montón de poemas por autores, algunos incluso con voz; es una maravilla.