miércoles, abril 20, 2005

Un amor pequeño (Alejandro Gándara)

Acabo de terminar una novela de las que dejan una capa sobre la piel, como la humedad que se posa al llegar a una ciudad con mar. De ésas que luego regalas a los amigos, y les preguntas ansioso cada día qué tal, y te responden con media sonrisa porque tal vez el sentirse así atrapado por un puñado de letras tenga mucho que ver con cada uno. Una capa de las que cuesta desprenderse, que hace difícil por unos días empezar otra novela.

Desde el primer momento es fácil meterse en la piel del narrador protagonista, acompañarle en cada uno de sus pasos y pensamientos. Una atmósfera creada aparentemente con sencillez, que en realidad es el fruto de una trama bien urdida. Un lenguaje fácil, pero cuidado en cada frase. El comienzo:

Voy en un tren nocturno de Madrid a La Coruña, son las dos y diez de la madrugada, en la ventanilla hay una cara blanca contra la noche, estoy solo en el compartimento y pienso en lugares en los que uno se queda solo, como un cuarto de hospital o la sala de espera de un abogado. El traqueteo es el ritmo al que se acerca lo que tiene que pasar.

El protagonista es un hombre de cuarenta y cinco años; pero el autor habría conseguido que nos identificáramos también con un gato o un olmo. Palabra. Sentimientos que se expresan sin necesidad de nombrarlos:

Luego vino una sesión de silencios. El ventanuco era el de una mazmorra, los archivadores metálicos se habían acercado a la mesa, en las paredes había inscripciones de antiguos prisioneros, la luz del día era algo con lo que soñar.

Madejas que se van desenroscando poco a poco, hasta ser recogidas con el mismo mimo. Ni siquiera el final está precipitado; podría haberse quedado en la clausura facilona pero todo encaja con la precisión de un reloj suizo. El único esfuerzo que he hecho ha sido por cerrarla antes de dormir. Ni siquiera cerrarla al bajar del autobús: hacía tiempo que no leía por la calle.

Otro fragmento:

¿Quién ha dicho que no se puede empezar de cero cuando todo el mundo sabe que eso es lo que pasa cada vez que suena el despertador, cada vez que te echan del trabajo, cada vez que te divorcias, cada vez que los hijos se van de casa, cada vez que creces? Oh, no, dicen los avispados, porque para bien o para mal has acumulado experiencia. ¿Has acumulado experiencia? ¿Alguien conoce a uno que haya acumulado esa cosa? ¿Desde cuándo se acumula la experiencia? ¿Qué es la experiencia, una cuenta de ahorro? Cielos, en ese caso todos seríamos inmensamente ricos allá por los catorce o quince años de edad. Más bien da la impresión de que la experiencia no es una cuenta de ahorro, sino una cuenta corriente en la que no te dejan ingresar, sólo sacar. Al principio parece un regalo. Después resulta que administrabas una quiebra encubierta. La experiencia sólo es cansancio (...).

Bendita biblioteca.

domingo, abril 17, 2005

Antonio gamoneda (II)

Leímos algunos fragmentos de Arden las pérdidas. Después de buscar sin éxito una antología completa de Gamoneda, di con la recopilación Esta luz, de Galaxia Gutenberg, que recoge los libros escritos por el poeta entre 1947 y 2004.

Me hubiera gustado leerle hace muchos años, cuando me preguntaba por el sentido de la vida, cuando me desvelaba pensar en la muerte como la extinción absoluta del ser. Busqué la respuesta en los existencialistas, pero no sé si ellos no la tenían o yo no supe verla; tal vez no era el momento. Encontrar a Gamoneda fue como encontrar por fin mi lugar desde el que podía asimilar mi visión de la no trascendencia. Habrá muchas lecturas; es probable incluso que la del autor no coincida con la mía. Para mí es un encuentro valiente del poeta con la muerte, que se para a dialogar con ella y su angustia cuando siente que ha llegado la vejez (no la última hora, pero sí el momento de mirar atrás y preguntarse qué vendrá, de preguntarse si está preparado, la necesidad de elaborar sus sentimientos hacia lo que llegará). Recojo unas líneas de la última parte, Claridad sin descanso. La numeración de los fragmentos es mía.

(I)

Mi pensamiento es anterior a la eternidad pero no hay eternidad. He gastado mi juventud ante una tumba vacía, me he extenuado en preguntas que aún percuten en mí como un caballo que galopase tristemente en la memoria.

Aún giro dentro de mí mismo aunque sé que voy a caer en el frío de mi propio corazón. Así es la vejez: claridad sin descanso.


(II)

Así las cosas, ¿de qué perdida claridad venimos? ¿Quién puede recordar la inexistencia? Podría ser más dulce regresar, pero

entramos indecisos en un bosque de espinos. No hay nada más allá de la última profecía. Hemos soñado que un dios lamía nuestras manos: nadie verá su máscara divina.

Así las cosas,

la locura es perfecta.

(III)

Qué

estupidez tener miedo al borde de la falsedad y qué cansancio

abandonar la inexistencia y

morir después todos los días.



(IV) El último poema del libro:

Siento el crepúsculo en mis manos. Llega a través del laurel enfermo. Yo no quiero pensar ni ser amado ni ser feliz ni recordar.

Sólo quiero sentir esta luz en mis manos

y desconocer todos los rostros y que las canciones dejen de pesar en mi corazón

y que los pájaros pasen ante mis ojos y yo no advierta que se han ido.


Hay

grietas y sombras en paredes blancas y pronto habrá más grietas y más sombras y finalmente no habrá paredes blancas.

Es la vejez. Fluye en mis venas como agua atravesada por gemidos. Van

a cesar todas las preguntas. Un sol tardío pesa en mis manos inmóviles y a mi quietud vienen a la vez suavemente, como una sola sustancia, el pensamiento y su desaparición.

Es la agonía y la serenidad
.

Quizá soy transparente y ya estoy solo sin saberlo. En cualquier caso, ya

la única sabiduría es el olvido.



© Antonio Gamoneda, 2004

Antonio Gamoneda (I)

Supe de Gamoneda en un taller de poesía con Luisa Castro. No creo que ella pretendiera enseñarnos a escribir poemas, ni nosotros aprenderlos. Su mejor enseñanza fue que el poeta debe ser sincero y desnudarse ante los hombres. Lo expresó con su experiencia y con las palabras de Saint-John Perse:

Y el Poeta también está con nosotros, sobre la calzada de los hombres de su tiempo.
Yendo al tren de nuestro tiempo, yendo al tren de este gran viento.
Su ocupación entre nosotros: poner en claro los mensajes. Y la respuesta en él dada por iluminación del corazón.


El Poeta de Perse es sensible a un mensaje apenas audible para el resto. No es una situación de privilegio, sino el dolor de escuchar todos los sonidos, la necesidad de recoger las sensaciones y volcarlas en sus versos. Lo imagino entre hombres que caminan, herido por la necesidad de expresarse.

miércoles, abril 06, 2005

Fragmento de Juegos...

[... ] Cuando ya empezaba a anochecer y el campo era rumor, su abuelo se apoyó en la azada y, mirando a lo lejos, exclamó:

- ¡El afánnn!

Gregorio no conocía aquella palabra, pero le sobrecogió el tono lastimero en que su abuelo la había pronunciado, echándola de sí con ansia. Como si quisiera llenar con ella la noche y el silencio. Por un momento se figuró que se trataba del nombre de un pájaro o del conjuro de una aparición, y él también se puso a mirar lejos, sin ver nada. Y su abuelo, por segunda vez, con terrible susurro, apurando hasta el fondo la sonoridad de la palabra y prolongándola en aullido de lobo, repitió:

- ¡El afánnn!

Parecía un navegante loco descubriendo y dándole nombre a una nueva tierra.

Enseguida regresaron a casa.

- ¿Qué es el afán, abuelo?-preguntó. El afán es el deseo de ser un gran hombre y de hacer grandes cosas, y la pena y la gloria que todo eso produce. Eso es el afán.

© Luis Landero

martes, abril 05, 2005

Juegos de la edad tardía (Luis Landero)

Acabo de terminar "Juegos..." . Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de un libro. Lo que más me ha gustado es la libertad del escritor; lo que menos, las historias dentro de la historia. Desde el principio me han enganchado Gregorio y su constelación familiar, sus sueños...

Hay muchos párrafos vivos, de esos que por algún defecto neuronal se me quedan gravados y vuelven en los momentos más inesperados: en la parada del autobús, frente al espejo con el cepillo de dientes en la mano...

Una novela que tardó diez años en escribir. Un círculo que se cierra. Un personaje que sin ser real ni siquiera en la novela, ha pasado a serlo en el imaginario colectivo: http://www.literaturas.com/faroni/index.htm

Suspenso para Tusquets por la edición Fábula, que va mal pegada: al segundo día me quedé con las tapas en la mano, y eso que cuido los libros más que mis dientes.