Cuando leí la biografía de Benedetti supe que, al verse obligado a salir de su país, Uruguay, tuvo que dejar allí su casa llena de libros. Aquello me pareció la mayor renuncia a la que un escritor puede llegar.
Hace pocos días en un taller un reconocido y excelente escritor sacó de su maletín un ejemplar de El Castillo, de Kafka. La encuadernación había desaparecido y, según sus propias palabras, parecía una baraja de cartas. Pero eran en esas páginas, y no en las de una edición nueva e impoluta, en las que se había sumergido; a través de esas palabras impresas había conocido el mundo de Kafka. Ese libro derruido era el que le había acompañado durante unas horas o unos días y por eso es insustituible.
jueves, marzo 03, 2005
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